viernes, 28 de junio de 2013

SOBRE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS DE LOS NIÑOS EN EL AULA. Maite Casaña

   Como cada persona es única y, por ende, todo no vale para uno, habrá que mirar cada caso en profundidad porque la singularidad especifica, logra diluir los problemas y, generalmente, ayuda en la solución de los problemas. Estos que, ocasionados por la violencia o por la victimización,  abundan entre los escolares.
      Por lo tanto, vayamos por partes.
    Hoy se habla mucho de la violencia en las clases. De las peleas. Pero que los niños se peleen, por competir, en la calle o en el colegio –o incluso en casa- no es cosa que debiera extrañar a nadie, siempre ha pasado. Claro que procurando que la sangre no llegue al río. Bueno es enfrentarse de palabra, discutir, criticar –sin ofender al otro-, aduciendo diferentes conceptos que el amigo, en una conversación, y muy otra, llegar a las manos. Así que hay que dejar que defienda cada cual su postura siempre. Que el niño sepa desenvolverse en la vida por sí mismo, pero, como decía antes, aduciendo sabias razones.
      Si el alumnado está acostumbrado a dialogar en el aula, si en la clase se incentiva la discusión dirigida, el debate, los niños estarán más acostumbrados al enfrentarse a la frustración de no llevar siempre la razón o a que se le contraríe. Se acostumbrará a respetar la opinión del otro y a controlar las emociones que conlleva que le contraríen. Las metodologías didácticas que implican un trabajo cooperativo además de mejorar el aprendizaje facilita y acelera el aprendizaje social, o como ahora se dice la inteligencia social.
    Generalmente, quien tiene poco que alegar grita mucho o emplea la fuerza de su brutalidad para hacer prevalecer ante el grupo su “razón”.  Y, por el  temor a no ser sometido a la misma violencia que sufre la víctima, cuando estas situaciones se producen, raramente los compañeros de clase se ponen de parte del débil, así que  el violento  –por brutalidad- suele ganar.
      Pequeños hurtos de material en clase, robo de almuerzos, rechazo del grupo, burlas, daños físicos… son algunas de las causas de los altercados que se producen en el recreo y a la salida de los colegios. Siempre todo ello está motivado por el liderazgo de los más violentos que mueven al resto de la clase como las hojas bailan al son del viento.
     De ahí, que recomendamos al docente, que esté bien  atento a las causas que motiven cualquier altercado ya sea en  patio de recreo o en la clase. El maestro debe vigilar con sagacidad a todos sus alumnos con “maestría”. Y como decía el padre Manjón, “Todo maestro ha de ser: “sano, bueno y justo”. Sano, moralmente y físicamente; bondadoso con todos y justo en la corrección y calificación de conocimientos y actitudes. Tendrá que ser el maestro, por lo tanto, humilde, prudente, sabio, paciente, vigilante y generoso.           Decía el citado pedagogo: “El maestro debe ser astuto como la serpiente y sencillo como la paloma.” Sagacidad y prudencia que el docente usará para no dar a sus alumnos grado de igualdad y sí sensación de ser equitativo, pues una igualdad absoluta nunca se da ya que  es cosa imposible  y una diferencia en todo hace insoportable la vida. Esa ductilidad en el hacer del maestro le hará estar a gusto con todos.
Estudiemos, ahora, un poco a las víctimas de las conductas agresivas.
     Víctimas suelen ser aquellos que  tienen una posición negativa ante sí mismos, por poquedad o timidez.
Prestan escasa atención al profesor, en clase, pues están más pendientes de las miradas de los demás porque temen sus críticas.
.Pierden interés en asistir a la escuela, pues en ella ven su sufrimiento.
.No buscan hacer amigos, por el temor de ser rechazados.
.Se deprimen.
.Se sienten enfermos en un principio y, más tarde, lo están de verdad.
Por todo cuanto  he dicho, hay que estudiar al violento también.
Y nos preguntaremos: ¿Por qué lo es? ¿Por qué se hizo? ¿Vive la violencia en su ambiente familiar? ¿Lo es por pura maldad? ¿Fruto de su ignorancia o impotencia al no poder destacar por conocimientos intelectuales? ¿Por envidia al compañero?
Ardua faena le conllevará esta vigilancia al maestro para que, al fin, la  labor pedagógica no sea pura rutina y fracaso.
 Hay que estudiar en profundidad la causa de cada fracaso en particular. Habrá que, ganarse al alumno –víctima o violento- en confianza. Hay que ayudar al que se siente solo y aislado y al que, por bravatas, lleva el liderazgo de la clase a sobrepasarse con un compañero, sea por mofa o diversión malsana y barata.
Hay que saber empatizar con el alumno. Ganárselo por simpatía y alegría, pues como decía Luis Vives: “El maestro triste deseca los huesos.” Y yo añadiría que tampoco enciende ninguna luz en las conciencias.


Con seriedad y comprensión hay que tratar cada caso de violencia y de victimización si queremos que la Escuela conduzca al niño hacia la cultura con educación y confianza.

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