Como cada persona es única y, por
ende, todo no vale para uno, habrá que mirar cada caso en profundidad porque la
singularidad especifica, logra diluir los problemas y, generalmente, ayuda en
la solución de los problemas. Estos que, ocasionados por la violencia o por la
victimización, abundan entre los
escolares.
Por lo tanto, vayamos por partes.
Hoy se habla mucho de la
violencia en las clases. De las peleas. Pero que los niños se peleen, por
competir, en la calle o en el colegio –o incluso en casa- no es cosa que
debiera extrañar a nadie, siempre ha pasado. Claro que procurando que la sangre
no llegue al río. Bueno es enfrentarse de palabra, discutir, criticar –sin
ofender al otro-, aduciendo diferentes conceptos que el amigo, en una
conversación, y muy otra, llegar a las manos. Así que hay que dejar que
defienda cada cual su postura siempre. Que el niño sepa desenvolverse en la
vida por sí mismo, pero, como decía antes, aduciendo sabias razones.
Si el alumnado está acostumbrado
a dialogar en el aula, si en la clase se incentiva la discusión dirigida, el
debate, los niños estarán más acostumbrados al enfrentarse a la frustración de
no llevar siempre la razón o a que se le contraríe. Se acostumbrará a respetar
la opinión del otro y a controlar las emociones que conlleva que le contraríen.
Las metodologías didácticas que implican un trabajo cooperativo además de
mejorar el aprendizaje facilita y acelera el aprendizaje social, o como ahora
se dice la inteligencia social.
Generalmente, quien tiene poco
que alegar grita mucho o emplea la fuerza de su brutalidad para hacer
prevalecer ante el grupo su “razón”. Y,
por el temor a no ser sometido a la
misma violencia que sufre la víctima, cuando estas situaciones se producen,
raramente los compañeros de clase se ponen de parte del débil, así que el violento
–por brutalidad- suele ganar.
Pequeños hurtos de material en
clase, robo de almuerzos, rechazo del grupo, burlas, daños físicos… son algunas
de las causas de los altercados que se producen en el recreo y a la salida de
los colegios. Siempre todo ello está motivado por el liderazgo de los más
violentos que mueven al resto de la clase como las hojas bailan al son del
viento.
De ahí, que recomendamos al
docente, que esté bien atento a las
causas que motiven cualquier altercado ya sea en patio de recreo o en la clase. El maestro
debe vigilar con sagacidad a todos sus alumnos con “maestría”. Y como decía el
padre Manjón, “Todo maestro ha de ser: “sano, bueno y justo”. Sano, moralmente
y físicamente; bondadoso con todos y justo en la corrección y calificación de
conocimientos y actitudes. Tendrá que ser el maestro, por lo tanto, humilde,
prudente, sabio, paciente, vigilante y generoso. Decía el citado pedagogo: “El
maestro debe ser astuto como la serpiente y sencillo como la paloma.” Sagacidad
y prudencia que el docente usará para no dar a sus alumnos grado de igualdad y
sí sensación de ser equitativo, pues una igualdad absoluta nunca se da ya
que es cosa imposible y una diferencia en todo hace insoportable la
vida. Esa ductilidad en el hacer del maestro le hará estar a gusto con todos.
Estudiemos, ahora, un poco a las
víctimas de las conductas agresivas.
Víctimas suelen ser aquellos
que tienen una posición negativa ante sí
mismos, por poquedad o timidez.
Prestan escasa atención al
profesor, en clase, pues están más pendientes de las miradas de los demás
porque temen sus críticas.
.Pierden interés en asistir a la
escuela, pues en ella ven su sufrimiento.
.No buscan hacer amigos, por el
temor de ser rechazados.
.Se deprimen.
.Se sienten enfermos en un
principio y, más tarde, lo están de verdad.
Por todo cuanto he dicho, hay que estudiar al violento
también.
Y nos preguntaremos: ¿Por qué lo
es? ¿Por qué se hizo? ¿Vive la violencia en su ambiente familiar? ¿Lo es por pura
maldad? ¿Fruto de su ignorancia o impotencia al no poder destacar por
conocimientos intelectuales? ¿Por envidia al compañero?
Ardua faena le conllevará esta
vigilancia al maestro para que, al fin, la
labor pedagógica no sea pura rutina y fracaso.
Hay que estudiar en profundidad la causa de
cada fracaso en particular. Habrá que, ganarse al alumno –víctima o violento-
en confianza. Hay que ayudar al que se siente solo y aislado y al que, por
bravatas, lleva el liderazgo de la clase a sobrepasarse con un compañero, sea por mofa o diversión malsana y barata.
Hay que saber empatizar con el
alumno. Ganárselo por simpatía y alegría, pues como decía Luis Vives: “El
maestro triste deseca los huesos.” Y yo añadiría que tampoco enciende ninguna
luz en las conciencias.
Con seriedad y comprensión hay
que tratar cada caso de violencia y de victimización si queremos que la Escuela
conduzca al niño hacia la cultura con educación y confianza.
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