jueves, 4 de septiembre de 2014

CUANDO UNA MADRE RECIBE EL DIAGNÓSTICO.


En una entrada antigua de este blog (el 30 de septiembre de 2013), de las primeras, hablamos de la importancia de recibir un apoyo cuando las sospechas que los mismos padres manifiestan en la consulta, se ven confirmadas con un diagnóstico. Hemos querido hacer hincapié en este tema, y en concreto, en el efecto que produce en la madre.  La Revista Autismo Diario publicó recientemente un artículo de David Comin donde comentaba otro artículo publicado en la revista Nature de Richarson & colaboradores, titulado "Society: Don't blame the mothers" ,"Sociedad: No culpen a las madres". En dicho artículo decía David Comin que "Es una reflexión sobre cómo el proceso de la maternidad, y la ciencia asociada, en medios de comunicación parece transmitirse una cierta visión negativa de ese proceso de concepción, embarazo y parto. Como si sólo la madre influyese en los aspectos relativos a la calidad de su descendencia" Leer mas. 
Siguiendo su argumentación, estamos de acuerdo en que si bien, la impronta genómica juega un papel importante en el crecimiento prenatal y se ha relacionado con la generación de enfermedades, es también determinante la herencia epinegética. Es decir, el conjunto de todos aquellos factores no genéticos que intervienen en la formación de un nuevo ser: desde la fertilización del óvulo hasta la senectud. Los medios de comunicación y también en la consulta del ginecólogo, una madre recibe muchos mensajes atribuyéndole responsabilidad en el control de la epigénesis. Lo cual, en sí no es malo, pero este excesivo control: que si se deben tomar ciertas vitaminas, evitar los tóxicos, que pueda influir o no el lugar en el que vives...Todo ello eleva el grado de responsabilidad y en consecuencia, el grado de culpabilidad cuando finalmente el bebé nace con algún problema, aún cuando éste fuera diagnosticado tarde.
En el proceso de aceptación, cuando se recibe el diagnóstico, ya sea de una enfermedad crónica de un hijo, o un síndrome concreto como el autismo, hiperactividad, o el Síndrome Down..., se ve ralentizado o incluso enquistado, debido pues,  a esta excesiva presión que la madre sufre en torno a su embarazo, parto y también en los primeros años de crianza. En estas condiciones, a una madre hace que se obsesione con la pregunta ¿Por qué me ha pasado esto? Este sentimiento de culpabilidad, o bien puede ser motor para hacer "todo lo que sea posible para resolver el problema". Pero, también, puede ser el motivo de un largo y penoso camino hasta la aceptación. 
Después del diagnóstico, y a nosotros nos compete ayudar en ello, es preciso poner en marcha todos los recursos personales para afrontarlo: apoyo de toda la familia, confianza en los profesionales especialistas y serenidad: ya que con calma y paso a paso se irán resolviendo los problemas que puedan ir surgiendo.
El problema también radica no solo en cómo las madres reciben la noticia, sino también en la responsabilidad del especialista ( médico, psicólogo o orientador escolar), que etiqueta con ese diagnóstico. En mi trabajo como orientadora escolar he comprendido que hay que dedicar el mismo tiempo o más que has empleado en llegar a un diagnóstico en hacer entender, tanto a las familias, como a los maestros, que el problema no está en el diagnostico (parece que hasta que no se "etiqueta" no existía ningún problema). Deben entender que el diagnóstico es el que nos puede alumbrar sobre el camino a recorrer para sacar a relucir todas las posibilidades del niño y no poner las lentes en sus defectos o debilidades. Es el primer paso para poder dar al niño realmente lo que necesita, tanto en el ámbito escolar como en su hogar.


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